Julio me fue
a buscar a eso de las nueve. Mamá pasó una noche bastante tranquila, se
despertó dos veces, yo dormí en un colchón al lado de su cama. Pero a las seis
de la mañana ya empezó a pedirme que la llevara al baño, a hablar, y estaba del
mal humor, quería salir, levantarse. Claro, debe ser horrible despertarse y
recordar que uno está enfermo, y darse cuenta que lo que soñó esa noche no era
la maldita realidad. Yo, en su lugar, también me despertaría de malhumor.
Finalmente
consiguió despertarme con la insistencia, a mí me cuesta mucho despertarme de
mañana temprano y, por consiguiente, separarme de la cama. Necesito un buen
rato para reaccionar. Así que me levanté, la llevé al baño, la ayudé a
limpiarse, le cambié el camisón y las sábanas mientras ella estaba en el baño,
y la llevé de nuevo a la cama, no quiso quedarse levantada. La acosté y me fui
a la cocina a prepararle un jugo de naranja. Estaba en la primer naranja cuando
escuché el golpe, seguido de un quejido. Corría al dormitorio, y sí, se había
caído de la cama. Hice lo que pude, le puse una almohada y la acomodé en el
piso mientras mandaba mensajes desesperados por whatsapp pidiendo ayuda, porque
sola, no podía levantarla. Llamé a Elena al celular, y me dijo que ya venía.
Marcelo contestó que salía para el apartamento. Entre Elena y yo logramos
levantarla y acomodarla en la cama. Llegaron Marcelo y Daniela, amorosos. Por
suerte no le pasó nada, parece que no fue un golpe fuerte.
Cuando llegó
Julio ya estaba durmiendo, le cansó el traqueteo.
Nos fuimos a
la chacra, había demasiado viento para ir a la playa, aunque el sol era
terrible. Me puse a cortar el césped con la bordeadora, porque con el tema de
quqe Ale y Karin no están, ni tampoco Reyes ni Eslita, no hay nadie que lo
corte. Puf. Pero hicimos un buen ejercicio, nos quedaron los brazos
acalambrados.