Llegamos a
Montevideo después de un viaje agotador –dos horas y media Munich-Madrid, un
poco más de dos horas en tránsito en el aeropuerto de Madrid y como 13 horas
Madrid-Montevideo, porque el avión hizo un vuelo más largo de lo habitual para
esquivar una tormenta. Bastian durmió poco, y encima teníamos, en la fila de
atrás a la nuestra, una manga de energúmenos italianos que no hacían más que
hablar a los gritos y carcajearse groseramente.
Pero hubo un
detalle divertido; viajamos con el Pepe. Pepe se recorrió todo el avión
saludando a la gente que aplaudía a su paso, uruguayos y extranjeros. Tenía aspecto
de cansado. Los ministros que lo acompañaban viajaban todos en clase turista.
Por fin llegamos,
felices de estar de vuelta, a las 8 de la mañana hora Montevideo. Deshice la
valija, comí algo, me bañé y a eso de las 3 de la tarde estaba por salir hacia
Maldonado para ir a ver a mi madre cuando me vino un terrible dolor de panza y
me di cuenta que el virus todavía estaba activo en mi cuerpo. Llamé a Elena, y
quedamos en que era mejor que yo no fuera hasta que estuviera totalmente
curada. Me acosté, terriblemente dolorida. Me levanté a eso de las 7. Tomé un
té y a las 9 decidí ir a la cama de nuevo, con dolor en todo el cuerpo, la
nuca, la espalda, la cabeza...
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